agosto 16, 2024

Cuando el paladar es vapuleado por el algoritmo

MARIO GARCÍA ///

@arrozavec

La última oleada de ninis jugando a ser críticos de cocina pone a prueba dos cosas: su juicio y tu estómago.

Siempre ha existido gente con móvil y una visión distorsionada de lo exquisito. El problema es que, lo que antes quedaba en unas fotos ridículas (de platos aún más ridículos) con las que dar el coñazo a la pareja o al amigo, ha acabado escalando a una horda de patanes dedicados exclusivamente a taladrar al personal en redes sociales con críticas gastronómicas concebidas con el criterio de un Erasmus de resaca. 

Eso sí, cada uno de ellos con el cuajo como para plantarse solo en un restaurante y masticar con cara de placer un pincho de tortilla rancia delante de un móvil sin caérsele la cara de vergüenza, lo cual es para aplaudir.

Son estos también los que, en su necesidad de publicar sitios sin fin para complacer al dios algoritmo, son capaces de venderte con la misma efusividad un estrella Michelin que un antro precintado por Sanidad.

¿Cuántas veces nos van a descubrir la “paella más auténtica de Valencia”? ¿A cuántas “mejores bravas de Barcelona” estamos de sufrir una embolia? 

Por no hablar de cuando te venden como “rincones secretos” locales que llevan abiertos más tiempo que el casco del Titanic. 

Pero, sin duda, el circo total llega si comparas los vídeos que hacen cuando van por libre a probar sitios, con los que hacen como colaboración pagada, dándose momentos maravillosos como que critiquen a una marisquería por la textura del rebozado de un camarón y luego tilden de orgasmo gustativo la última bazofia de un fast food frita en aceite de trailer. 

En definitiva, cuando ni la comida ni el crítico acompañan, el resultado se convierte en una aberración donde no sabes si da más vergüenza escuchar al motivado de turno con su jerga natural de nini de barrio o intentando calzar tecnicismos para convencernos de que el paladar le da para algo más que para amasar flemas. 

Cabe aclarar, como estarás pensando, que este artículo no es más que fruto de la envidia más absoluta que se puede tener hacia los que han sido capaces de montarse una vida de jeque gracias exclusivamente a explotar un talento tan único y especial como… poder masticar cosas. 

Mientras tanto, el resto de los mortales seguiremos cayendo en sus trampas de locales blancos con plantas de plástico, cartas exóticas con tartares y gyozas, y rincones tan secretos como las culiadas del emérito. 

Bastante tenemos con que, a estas alturas, no se nos complique el bocado y la experiencia gastro acabe concurriendo en gastroenteritis. Bon appétit! 

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