julio 3, 2024

Flagélame en la piscina de bolas

MARIO GARCÍA ///

@arrozavec

El fast food del arte ha llegado para quedarse y torturarnos con propuestas infames donde cada «museo» es una copia de la copia de la copia.

Solo hay algo con un nivel más bajo que el reggaeton y esos son los museos de experiencias inmersivas. Cada uno de ellos es un contenedor de basura visual y táctil llamado a despertar los cinco sentidos, pero que al único al que despierta es al olfato, y por la bofetada a sudor que te apuñala desde el segundo en el que entras. 

Un lugar donde hasta los niños salen con una sensación atravesada de decepción, resultando más sinceros que la horda de tiktokers infumables que, por el simple hecho de necesitar sitios que recomendar, son capaces de bajarse los pantalones hasta el tobillo alimentando en bucle la rueda que sostiene esta podredumbre. 

Entrar en estos templos de la mediocridad es cruzar una dimensión en la que el arte ha sido desollado vivo y embestido por un mar de plástico en el que en todo momento tienes la sensación de estar tocando el mismo objeto que cientos de manos antes que tú y donde, la poca limpieza que alguna vez hubo, murió con el fin de los protocolos covid. 

Flagélame en la piscina de bolas

Paseas por una sala y ya las has visto todas… El túnel de luces LED, la habitación de espejos infinita, las ilusiones ópticas que harían retorcerse al mismísimo Escher y, por supuesto, la piscina de bolas: ese foso de venéreas llamado a ser el punto culminante de la aventura inmersiva. Una experiencia tan agradable como caer en la trampa de jeringuillas de Saw y que, el día que decidan drenar, podrán montar otro museo con bolas de pelos, baratijas oxidadas y hasta algún niño momificado. 

Y por si fuera poca humillación al arte abstracto, también tienen los cojones de hablar de experiencias light art por cascarte cuatro neones de emojis en un pasillo, haciendo buenos los de cualquier rótulo de club de carretera.  

Si ya has caído por accidente en alguno de estos lugares, nuestras más sinceras condolencias. Y si todavía no, escucha el grito desesperado del propio arte haciendo suya la frase de La Faraona… “Si me queréis, irse”. 

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