Si pronuncio las palabras comida y cine seguramente pienses en escenas de películas donde los protagonistas no dejan de comer. El cine americano es un gran experto en este tema y en abrirnos el estómago. Personalmente, siempre me entra hambre cuando veo a cualquier protagonista comerse una pizza o una hamburguesa.
Pero hoy no venimos a hablar ni de cine hollywoodiense ni de la típica relación entre cine y gastronomía. Hoy venimos a hablar de tres películas europeas donde el universo gastronómico está presente como un punto de unión, pero que pasa desapercibido.
Comidas normales en sitios normales
Todas las obras de Kaurismäki nos enseñan la cara más oscura de Finlandia: barrios marginados, trabajos obreros mal pagados y demasiado alcohol. Aunque seguramente conozcas su última película Fallen Leaves, hoy vamos a hablar de Un hombre sin pasado, publicada en 2002.
Imagínate recibir una paliza que te lleva casi a la muerte, huir del hospital y empezar tu vida desde cero en un barrio construido a partir de contenedores.
Estamos acostumbrados a que el cine nos hable de abundancia y riqueza, pero esta película es todo lo contrario: nos presenta una realidad pobre, con personajes que se conocen en comedores sociales comiendo sopa y que entablan relaciones normales, en ambientes normales y con planes normales.
Todo se cuece en la cocina
Petite Maman es una historia llena de realismo mágico donde se mezclan las relaciones familiares y de amistad. Esta película de la directora Céline Sciamma, nos deja una cosa clara, y es que las conversaciones importantes siempre surgen en la cocina.
Durante toda la película vemos a la protagonista, Nelly, utilizar la cocina como zona de paso: para hablar con su padre, para comerse unos cereales o para invitar a merendar a su nueva amiga con quien comparte un asombroso secreto. Tienen una conexión única y extraña que lleva a Nelly a descubrir el universo de su madre cuando tenía su edad.
Los bares de siempre
La protagonista de Ramona (película española de Andrea Bagney) acaba de mudarse a Madrid y, aunque vive con su novio, un día sale a recorrer la ciudad sola y conoce a Bruno en el bar más cutre de todo Lavapiés. Conectan desde la primera palabra que cruzan y deciden pasar el día juntos tomando cervezas, comiendo pinchos en sitios castizos y visitando algún que otro mercado gastronómico.
Una comedia romántica centrada en la crisis de los treinta que nos habla de cómo son las relaciones adultas y, en la que prácticamente todas las escenas más memorables ocurren alrededor de una mesa, de cigarrillos y de bebidas.